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Foto del escritorSophia Howard

Un padre que lucha

"Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes." Ef. 6:12 (RVR 1960)


Esta vida cristiana es una batalla y tenemos un enemigo que no juega limpio. La Biblia nos dice que nuestro enemigo, el diablo, “…anda alrededor como león rugiente, buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Satanás odia a Dios y a su pueblo y busca frustrar la victoria de Dios en nuestras vidas y en nuestro testimonio. No somos ignorantes de sus crueles estrategias para jugar con la mente, el sustento y la libertad de quienes nos rodean y de nuestra familia. Entonces, ¿cómo podemos nosotros, como padres, ejercer nuestra fe y mantenernos firmes contra este enemigo de nuestra alma?


Primero, recordemos que, gracias a Dios, no estamos desamparados ni indefensos. El mismo Jesús nos ha dado su presencia y promesa en Mateo 28:20, de estar con nosotros siempre. Nos ha dado su autoridad, “…para pisotear serpientes y escorpiones y para vencer todo el poder del enemigo…” (Lucas 10:19), y nos ha dado su armadura.


Como padres, es imperativo que vivamos con nuestra armadura puesta en el espíritu (Ef. 6:10-18). Es el deseo de Dios que nosotros y nuestros hijos vivamos victoriosos y confiados en Él. Debemos pasar tiempo diario con el Señor y recibir de Él la fuerza de su poder. Nada es imposible para Él ni sorpresivo para Él. Nuestro gran Rey, en su bondad y amor, nos ha provisto de todo lo que necesitamos para la vida y la piedad (2 Pedro 1:3). También nos promete que, “…TODO el que es nacido de Dios VENCE al mundo” (1 Juan 5:4). No podemos perder.


¿Te pondrás hoy tu armadura conmigo?


-Yo “…me ciño con el cinturón de la verdad, ceñido a la cintura” (Ef. 6:14). Jesús es la verdad. Juan 16:13 dice, “el Espíritu de verdad me guiará a toda la verdad.”


-Me pongo la coraza de justicia. Jesús es mi justicia y su Espíritu me capacita para vivir rectamente. 2 Corintios 5:21 dice, “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”


-Me pongo los zapatos “de la prontitud para anunciar el evangelio de la paz” (Ef. 6:15). Estaré listo, por la gracia de Dios, para compartir la esperanza del evangelio con cualquiera a quien Él me dé oportunidad (incluida la familia). Isaías 52:7 declara, “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas de bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: Tu Dios reina!”


-Tomo el escudo de la fe con el cual Dios promete que podré apagar todos los dardos encendidos del maligno. Elijo esconderme detrás de lo que el Señor dice que Él es en su palabra y estar firme en sus promesas. Hebreos 11:6 dice, “Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.”


-Me pongo el casco de la salvación. Jesucristo es mi salvación. Salmo 27:1 dice, “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién habré de atemorizarme?”


-Finalmente, tomo la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Es mi arma de ofensiva y defensa. Me comprometo a conocer y valorar la preciosa palabra de Dios y a mantenerla cerca de mi corazón y mente en la batalla. Hebreos 4:12 dice, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.”


-Confío en que, así como el Señor me ha equipado, Él también me guardará. Que mi vida le traiga gloria, honor y alabanza hoy entre mi familia y en mi comunidad.


Querido padre, ahora estás equipado. Que el Señor te bendiga mientras continúas tu peregrinaje con Él hacia su ciudad santa que inspire a tus hijos a hacer lo mismo. Recuerda, tu lucha no es contra carne ni sangre, y la lucha de la fe es buena porque la batalla pertenece al Señor. ¡Sigue adelante!


Sophia Howard

 

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